sábado, 1 de septiembre de 2007

Wenceslao Laurihat. En la casa de Julio Requena. Avenida Perú 1021. Buenos Aires. 1 de septiembre de 2007. 19:41 horas.

Llevamos un día en Buenos Aires. Fueron doce horas y media de vuelo, cansados de luchar contra el sueño en sillones incómodos, inventando posturas, buscando una posición imposible... Después de este primer día, ya descansados, después del reencuentro con lo soñado, inicio las notas de este viaje, que es un viaje distinto, el primer viaje con Matilde, no en su búsqueda, sino con Matilde... El primer viaje con Matilde es un regreso a casa, a la casa soñada, a la casa inventada, un viaje necesario a la casa y las ciudades donde nacieron las historias soñadas, a la soñada realidad, a la realidad soñada, que más da una cosa que la otra en este caso... Al fin y al cabo, este viaje es una cita pendiente con nosotros mismos (¿podíamos haber seguido existiendo sin este viaje?). Como digo, este viaje es un compartir de sueños con Matilde, que duerme ahora mismo, increíblemente apoyada en la ventana porteña, como una diosa atlántica, con el ceño fruncido, pero manteniendo ese gesto suyo que resume la claridad de su vida y la vitalidad que contagia a todos los que la compartimos.

La última vez que estuve en Buenos Aires la pasé escondido en el piso franco que el ERP había preparado. Estuve poco tiempo, creo que tres días, dos en el piso franco, una lujosa casa en Recoleta, el tercero almorcé con Claudia Hoffman (sí, como el actor) en la parrilla de Carlitos Recova, que estaba (y sigue estando) en un lateral del mercado de San Telmo, pero no voy a hablar ahora de Claudia Hoffman (sí, como el actor), ni tampoco de Carlitos Recova (ni de su maravillosa parrillada), ni de Julio Requena...

Viajamos a Buenos Aires, pero también volvemos a casa, al reencuentro con la familia, con parte de la familia, con mi hermano Stanislao, con la maravillosa Kenya y con el locuaz Ernesto, en Montevideo, en la casa de los Laurihat, volvemos a encontrarnos con esa parte imposible de mí que hace que siga siendo yo mismo... Volvemos finalmente a Santiago, lo que supondrá un reencuentro con Jorgito Müller y Arturo Barrios, pero no hablaré tampoco de ellos ahora... De todos ellos, de los sueños, de las nuevas realidades de este viaje (por ejemplo, del amable Mariano Göbber), del vino, del bife de chorizo en la parrilla de Carlitos Recova, del puesto de choripan de las madres de la plaza de mayo, del grupo de teatro que recauda fondos actuando en la calle Florida y que vende postales con el signo del zodiaco, para poder trabajar con niños en los barrios sin recusos de Buenos Aires, de la grappa Carajo, en fin, de este viaje necesario con Matilde escribiré (y escribirán ellos también) en estas notas.